La cabeza femoral recibe su vascularización a través de vasos de pequeño calibre que entran en el cuello femoral. Ante circunstancias que disminuyan la llegada del riego sanguíneo puede producirse la osteonecrosis o necrosis avascular (muerte del hueso). Esta situación puede ser transitoria o permanente. Generalmente, este cuadro suele acabar en un colapso de la cabeza femoral y en artrosis de cadera secundaria.
La principal causa de la osteonecrosis es el traumatismo (fracturas del cuello femoral, luxaciones de cadera o un traumatismo quirúrgico como el que puede ocurrir tras una artroscopia de cadera).
El alcoholismo, el uso excesivo de esteroides, hipertensión, vasculitis, trombosis, síndrome de descompresión, compresión vascular, enfermedades reumáticas, anemia falciforme o la Enfermedad de Gaucher, son situaciones que también pueden desencadenar la necrosis avascular. En no pocos casos la causa puede ser desconocida y no llegarse a un diagnóstico etiológico. El 50% de los casos es bilateral.
En las fases iniciales de la necrosis no suelen aparecer síntomas y solo en caso de realizar una prueba complementaria, generalmente una RMN, por otro motivo puede llegar a diagnosticarse.
Una vez que la necrosis del hueso está más avanzada suele producir una sintomatología parecida a la de la artrosis de cadera:
• Dolor en la ingle y muslo.
• Rigidez y limitación de movimiento.
• Cojera y atrofia muscular.
Toda esta sintomatología puede aparecer de forma brusca (como en un infarto) o progresivamente, a medida que el área necrótica y los cambios en el cartílago articular van aumentando.
A pesar de que en fases iniciales de la evolución de la enfermedad no suele haber síntomas y el diagnóstico suele ser de forma casual o accidental, lo habitual es sospecharla en pacientes que refieren el cuadro clínico descrito en el apartado anterior. Muchos de estos pacientes son adultos jóvenes. Población en la que teóricamente, es menos habitual la artrosis, pero con algún antecedente de riesgo como el tratamiento con corticoides y una exploración física compatible con patologías de origen intraarticular de cadera.
Cuando se sospecha esta patología, la primera prueba diagnóstica debe ser una radiografía simple. En función de la fase evolutiva de la osteonecrosis, la radiografía puede ser completamente normal, con cambios leves de afectación articular o hasta una artrosis manifiesta. La resonancia magnética nuclear (RMN) es la prueba más precisa para el diagnóstico de la osteonecrosis, ya que incluso, en fases de ausencia de síntomas o en presencia de ellos pero con radiografía normal, a través de esta prueba se puede localizar y cuantificar la patología. Además, la resonancia es utilizada para la clasificación y graduación de la severidad de la osteonecrosis.
En fases iniciales de la enfermedad, en las que no existe un colapso (hundimiento del cartílago sobre la zona de hueso necrótico), se puede observar y controlar periódicamente al paciente. Será aconsejado el uso de muletas para evitar apoyar.
El tratamiento sintomático del dolor se puede realizar mediante analgésicos o antiinflamatorios no esteroideos. La modificación de patrones de actividad agresivos y el ejercicio físico en descarga forman parte de las opciones conservadoras de tratamiento.
En caso de diagnosticar la causa exacta del desarrollo de la osteonecrosis, se han probado algunos tratamientos específicos como vasodilatadores, anticoagulantes, limitadores de los lípidos e incluso alendronato.
Cuando aparecen los síntomas de características mecánicas, la probabilidad de progresión de la osteonecrosis aumenta de forma exponencial. Si no se trata, la mayoría de los casos terminarán con el colapso de la cabeza femoral.
Desde el punto de vista quirúrgico, las posibilidades de éxito evitando o retrasando la aparición de cambios artrósicos, depende del estado de la cabeza femoral en el momento del diagnóstico. Para ello, se utiliza el colapso como situación de corte. Cuando se ha producido el colapso, la tasa de buenos resultados con cualquier tratamiento quirúrgico no protésico disminuye drásticamente.
Antes de que se produzca el colapso se pueden aplicar diferentes técnicas que preservan la articulación. Entre ellas, la más popular es la perforación de la zona necrótica con o sin injerto de la misma. Con ello, se pretende disminuir la presión intraósea de la cabeza femoral y reducir así el dolor.
Otras técnicas consisten en aportar injerto a la zona necrótica, para sustituir un hueso muerto y de escasa resistencia a la carga, por uno vivo y resistente. Existen diferentes técnicas de aporte de dicho injerto.
Los resultados de las mismas pueden variar dependiendo de muchos factores, como el tipo de paciente, el peso corporal, la zona de localización o el área de extensión de la zona necrótica. Todas las técnicas incluyen la estimulación de la fuente biológica del potencial reparador a través de Plasma rico en plaquetas (PRP) o Factores de crecimiento. Con ello, se pretende mejorar el ambiente lesional y que la capacidad reparativa sea la máxima posible. Todo ello, se consigue a través del importante papel angiogénico (favorecedor de la formación formación de nueva circulación sanguínea) de los factores de crecimiento.